
La Virgen en su paso procesional aparece apoyada sobre una nube que sale de un sepulcro de oro donde parece elevarse al cielo entre el movimiento de la blonda de su toca, de sus pendientes, y sus pulseras, que la hacen más humana y más gloriosa a la vez. Ante tanta belleza, el gentío reacciona con frenético entusiasmo, dando palmas y vítores a su Reina, mientras que el paso avanza hacia las puertas de la Iglesia.
Es el momento de las lágrimas, de las promesas cumplidas, de dar gracias, de vitorearla dando rienda suelta a la emoción contenida. El cielo es surcado por un sinfín de cohetes, y entre las palmas y vivas suena la marcha Real. La Asunción Gloriosa está en la calle. La procesión de la Virgen viene a durar sobre nueve horas, y en ningún momento decae el entusiasmo de sus devotos que la acompañan constantemente por las calles de la villa.
Abre el cortejo una Banda de Cornetas y Tambores con traje de gala, en cumplimiento al séquito real que se le debe al Virgen, seguidamente el pueblo formando una multitud, se agolpa “ordenadamente” ante el paso todo el tiempo que dura la procesión. La procesión avanza por las estrechas calles del casco antiguo, donde los balcones parecen descolgarse de público que impaciente espera la llegada de la Virgen para verla pasar a su altura.
Entre vítores y aclamaciones a las doce de la noche llega a la popular calle de Martín Rey, que se presenta excepcionalmente engalanada, cuando el paso de la Asunción llega al centro de la calle, el pueblo entero rinde honores a la Virgen cantando el Himno, que para Ella se compusiera en el año 1900, acompañado de la banda de música, a cuyos sones el paso es mecido.
