miércoles, 4 de febrero de 2009

Sevilla

¿Cómo no voy a acordarme del día en que volví a verte, después de
tantos años, siendo yo un adolescente?. No creas, mi amor, que
esas cosas se olvidan. Lucías tú una clara mañana de verano, de
amaneceres que no mienten, de esas mañanas de luces blandas
que te hacen gloriosa. La luz se había levantado a eso de las seis.
Recién habías despertado y en tu rostro encalado se dibujaba la
dulzura de los cuerpos tibios. Yo vestía de blanco, tenía veintiséis
años menos y el corazón a medio escribir. Ni siquiera podía
imaginar que algún día fueras a fijarte en un muchacho que se
presentaba ante ti con una maleta, tres tebeos y el rostro atontado
por una larga noche de tren, siempre el tren.
Creí, al verte, que el nuestro estaba condenado a ser eternamente
un amor de perfil, porque no me sentía con fuerzas de aguantarte
la mirada, ese dulce tiroteo de tus ojos. Sólo tenía una vergüenza
apocada y un viento que me la esparcía por toda el alma. ¡Hubiera
querido decirte tantas cosas!. Que llevaba años deseándote, que
por qué haber esperado tanto, que ya iba siendo hora, amor, de
darnos lo soñado, que vendería mis años al peso, por uno solo de
tus suspiros, que... pero solo me salieron arrullos de
mansedumbre. Si acaso, adornados por aquellos vencejos que se
empeñaban en hacer jeroglíficos en el cielo, pero poco más.
Empezaba entonces nuestra historia pequeña, la que sabemos tú y
yo. "Pasa, hay sitio" y pasé. Me acomodé en uno de tus rincones en
los que la vida transcurre lenta, a velocidad de óleo, dispuesto a
rondarte cada noche desde las tinieblas de cualquier bocacalle. Me
propuse quererte desde la fiebre que me consumía, desde el grueso
de la muchedumbre que te ama, desde el silencio atronador de mis
pulsos, desde la lágrima y el sobresalto. Y así fuimos creciendo, tú
en tus cosas y yo... también en las tuyas.
Iba a diario a ver el árbol de hojas lentas por el que se te muere la
tarde, a mojar mis dedos en el agua bendita con la que te
santiguas, a cargarme como tú con el aroma de las horas, a
beberme la sal de tu llanto, a mecerme al cobijo de ese viento tuyo
que arrastra su calderilla de hojas como quien descorre una cortina.
Soñaba con tomarte de la cintura y pasearte a la antigua, con el
paso pegajoso de los veranos; soñaba con acariciarte esos labios
con los que modulas el almíbar de tu acento; soñaba la aurora de
tu mirada mientras se desdibujaba el día tras la ventana de las
cosas. Iba a encontrarte en el fondo de los ojos de La Candelaria.
Soñaba, mi amor, con presentarte a mis padres, y a mis amigos, y
al mundo entero. Y después echar a correr gritando tu nombre por
los callejones de la memoria.
Fue entonces cuando supe que había nacido a ti. Que ya nada
tendría sentido sin ti. Que solo con el favor de una mirada yo
podría construir todo un búcaro de rosas. Que de golpe desaparecía
tanto polvo acumulado en los labios.
Me besaste discreta y quedamente una de esas noches en las que
el amor se te hace grande y ya tengo desde entonces el corazón
vestido de festejo mientras se van desprendiendo, uno a uno, todos
mis pétalos de ceniza
Hoy, mi amor, tras los años, tenemos tantos golpes que ya ni de
pie cabremos en la muerte. A veces pienso, como dijo el poeta, que
solo nos falta la miseria para ser invencibles. Sin embargo, sigo
amándote con la misma imprudencia de siempre, como si fueres
solo mía, como si nadie más pudiera amarte con la furia de los
tímidos o la impericia de los adolescentes. Sigo abrigando una
tortuosa senda de sentires que me lleva, inevitablemente, ante ti. Y
ante ti estoy, al igual que aquél otro día en el que el soplo de tu
gracia golpeó mi rostro adormecido. He vuelto para quererte y para
decírtelo pausadamente, masticando cada palabra y cada verso:
Soy, mi amor, lo que queda de un abrazo
El vaivén de tibias manos en la cuna
Ese gozo que cabe en tu regazo
Cuando un niño está rezándole a la luna.
Soy un hombre feliz porque te amo
Porque espero que tu entraña se entreabra
E ir sembrando, quedamente, tramo a tramo
Tanto amor recriado en mi palabra
No me mueve más la risa que el lamento
Ni a ti la multitud. Una cuadrilla
Te es bastante, te sobra, te da aliento

Soy la sombra, tú la luz, eres Sevilla

Carlos Herrera Crusset


1 comentario:

María_azahar dijo...

Sevilla, Tartessos, Isbiliya, Ixbilia, Híspalis, mi sueño eterno, la ciudad que me vio nacer, la ciudad donde encontré el amor y en la que quiero vivir para siempre con su Duende y el mío propio. Me quedo embelesada con este delicioso blog que ve la luz en la red y que has acompañado de fotos preciosas al son de una música exquisita. Bienvenido, mi querido primo y enhorabuena por este trabajo. Ya sabes, estoy ahí para lo que necesites. Un besazo enorme.

Charo.